PRESENTACION
El Museo Nacional de Bellas Artes presenta una exposición antológica de Sergio Montecino (1916-1997), que se inserta en el ciclo dedicado a "artistas contemporáneos chilenos".
Hubiésemos querido hacer esta exposición en vida del pintor; lamentablemente no se pudo. Sólo ahora hemos podido organizar esta muestra, que la presentamos como un homenaje póstumo a quien recibiera el Premio Nacional de Arte el año 1993.
"Pintar el campo que no está pintado" fue la consigna de nuestro artista a lo largo de su vida. En efecto, el paisaje fue su motivo preferido, aunque no dejó de lado la figura humana, la naturaleza muerta y el retrato, ejecutado siempre con libertad interpretativa y teniendo como objetivo la búsqueda de valores pictóricos, apoyado en tres elementos fundamentales para él: dibujo, forma y color.
Fue fiel a una matriz estética que hizo suya tempranamente, al poco tiempo de incorporarse como estudiante de la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Chile en 1938. Por ahí, hubo algunos intentos por explorar la abstracción que, en los años 40 del siglo pasado, aceleraba su ingreso a la escena artística; pero él no se sintió a gusto y prefirió no continuar. Por eso es que su orientación no pasó por las investigaciones que en los años cincuenta realizarían algunos de su promoción o cercanos a ella como Ramón Vergara o Gustavo Poblete.
Su opción estética se orientó por el postimpresionismo, teniendo a Van Gogh como modelo cromático y el fauvismo francés más cercano a Matisse por "el uso del arabesco, de ceñir las formas, definirlas bien y evitar que se escapen". Resonancias impresionistas también asoman en su opción al aludir al constante desafío del paisaje: "Siempre es distinto, se transforma en cada instante, según la luz, según la humedad, según el momento cuando la hora que está señalando el sol, coloca intensidades diferentes".
"Pintar el campo que no está pintado" no significó para Sergio la invención de un paisaje inexistente. En su obra, la naturaleza es un referente primordial y, por lo tanto, no hay divorcio con ella, pero tampoco servilismo o esclavitud. Siempre trazó un puente entre su pintura y el mundo visible; no hubo ruptura pero tampoco subordinación.
Observó atentamente el mundo visible con toda su riqueza sensorial y lo interpretó con emoción desde su propia subjetividad, sin exacerbación ni exaltación desmesuradas. Un cierto freno a lo impulsivo detuvo la explosión anímica, tal vez como consecuencia de la enseñanza de Augusto Eguiluz, su profesor, o del propio Camilo Mori, de quien fue ayudante; o, en definitiva, de su propio temperamento.
Ciertamente, a través de la línea como reflejo del pulso traspasó su propia energía corporal en el paisaje, dinamizando y agilizando los ritmos de la pincelada, y cargando el soporte con colores puros, sin mezcla en la paleta, para no apagar la vibración y la transparencia del pigmento salido del tubo.
Una estética optimista y hedonista se desprende de sus obras, producto de una inmersión total en el acto de pintar; un ensimismamiento en el fenómeno plástico y en el proceso de ejecución, semejante a una meditación visual que se sustrae a cualquiera contaminación proveniente de la contingencia histórica.
Montecino prolongó una tradición paisajista en la pintura chilena, en cuyo itinerario encontramos pintores como Alberto Valenzuela Llanos, Juan Francisco González, Agustín Abarca, Arturo Gordon, y otros más cercanos o contemporáneos a él como Israel Roa, Ximena Cristi, Augusto Barcia o Reinaldo Villaseñor.
MILAN IVELIC - DIRECTOR MUSEO NACIONAL DE BELLAS ARTES
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Fotos tomadas por Marcelo Montecino